jueves, 30 de octubre de 2014

¿Le temes al futuro?: Sí, no, por qué...Explica

Este mesaje está circulando por la Internet y me llegó a mi correo electrónico. No sé quién es el autor ( a ) del mismo. No obstante, lo he subido al blog porque es una gran verdad la que expone en este texto. Que sirva de pie, de reflexión obligada y escribe si le temes o no al futuro, si ya has vivido esos cambios y qué opinas. Seguramente cuando termine de subir esta entrada al blog, ya no serán nueve cosas las que están desapareciendo de nuestras vidas, sino diez, once, doce...solo Dios sabe. Sin embargo, lo que nos depara el destino que es incierto, ha de verse con esperanza. Ya lo decía Séneca el filósofo latino, maestro de Nerón y autor de diversas obras; "Vive el presente, pues el pasado ya se fue y no se puede cambiar y el futuro aún no ha llegado...El mejor tiempo es el presente". Vivamos en la certeza de que cuando llegue, estemos preparados. Nueve cosas que desaparecerán durante el curso de nuestra vida... y que ya está ocurriendo: 1. La Oficina de Correos.
Prepárense para imaginarse viviendo en un mundo en donde no exista una oficina de correos. Los correos de todos los países están sufriendo profundos problemas financieros que probablemente no puedan ser sostenidos a largo plazo. Los correos electrónicos, Federal Express , el UPS y otros servicios similares casi han acabado con el ingreso mínimo necesario para mantener las oficinas de correos con vida. En la actualidad, la mayor parte de la correspondencia diaria que nos trae el cartero está integrada por cartas de propaganda (correo basura) y facturas a pagar. 2. El Cheque.
De hecho, en Gran Bretaña ya están sentando las bases para acabar con los cheques en el año 2018. El procesamiento de los cheques cuesta miles de millones de dólares al sistema financiero. Las tarjetas plásticas de crédito/débito, al igual que las transacciones en-línea causarán la eventual desaparición del cheque. Esto también tiene relación directa con la muerte de la oficina de correos. Si ustedes dejaran de pagar sus facturas por correo y dejaran de recibirlas por ese medio, no les quede la menor duda de que la oficina de correos iría a la quiebra. 3. Los Diarios.
Las nuevas generaciones simplemente han dejado de leer los diarios. Ciertamente, ellos ya no se suscriben a la edición impresa de los diarios. Esta costumbre desaparecerá al igual que desparecieron el lechero a domicilio y el hombre que buscaba tu ropa sucia para llevarla a la lavandería. Y si planean dedicarse a leer los diarios en-línea, prepárense a pagar por ello. El incremento de dispositivos móviles de Internet y de lecturas electrónicas ha hecho que todos los editores de periódicos y revistas formen una alianza y se reúnan con Apple, Amazon, y las compañías de teléfono celular más importantes, a fin de desarrollar un modelo para los servicios de suscripción pagados. 4. Los Libros.
Ustedes dirán que nunca abandonarán la versión física de un libro que pueden tomar en sus manos y disfrutarlo mientras cambian las páginas. Yo dije lo mismo cuando me dijeron que descargue música deiTunes, pues ¡me negaba a abandonar mis CDs! Pero rápidamente tuve que cambiar de idea cuando descubrí que podía conseguir discos a mitad de precio y sin salir de casa para obtener lo último en música. Lo mismo ocurrirá con los libros. Actualmente, ustedes pueden navegar por una librería en-línea, e incluso leer un capítulo del libro que les guste antes de comprarlo. Y el precio a pagar será menos de la mitad del precio que pagarían por un libro real. Y ¡piensen en la conveniencia! Una vez que comiencen a mover sus dedos sobre una pantalla en vez de sobre un libro, se darán cuenta de que se meterán de pleno en la historia y no podrán esperar para saber qué sucede a continuación… y entonces se olvidarán que están sosteniendo en sus manos un aparato electrónico en vez de un libro. .. Aunque… no es lo mismo leer un libro moviendo los dedos sobre una pantalla, que sentir la textura del papel y percibir el olor del mismo…. 5. El Teléfono Convencional .
A menos que tengan una familia numerosa y hagan una gran cantidad de llamadas, ustedes ya no necesitan un teléfono convencional. La mayoría de las personas simplemente mantienen el teléfono convencional porque siempre lo han tenido, pero deben tener en cuenta que están pagando un precio doble por un servicio que ahora es extra. Todas las empresas de telefonía celular le permitirán llamar a los clientes usando el mismo proveedor de su teléfono celular, sin cargos por minuto. 6. La Música.
¡Esta es la parte más triste de esta historia de cambios! La industria de la música está sufriendo una muerte lenta. No sólo debido a las descargas ilegales desde la computadora, sino también a la falta de música nueva e innovadora que pueda llegar a la gente que quiera escucharla. La "música " de hoy no tiene la armonía, la melodía, la orquestación, la letra, el romanticismo de la música de antes. Uno de los problemas para esto ha sido la codicia y la corrupción. Los sellos discográficos y los conglomerados de radio están simplemente auto-destruyéndose. La “música de catálogo” representa más del 40% de la música comprada en la actualidad, lo cual significa música tradicional con la cual el público está familiarizado, así como también artistas de mayor edad que ya han sido consagrados. Esto también es válido en el circuito de conciertos en vivo. Para explorar este tema fascinante e inquietante, consulten el libro, Apetito por la Auto-Destrucción ("Appetite for Self-Destruction"), escrito por Steve Knopper, y el video documental titulado Antes de que la Música Muera (“Before the Music Dies"). 7.Televisión.
Las ganancias que recibían las redes de televisión se han reducido dramáticamente, y no únicamente debido a la crisis económica. La gente está viendo programas de televisión y películas en sus computadoras. Y además, están divirtiéndose con juegos computarizados y haciendo un montón de otras cosas que ahora ocupan el tiempo que antes lo pasaban frente al televisor. Los programas que se pasan en horarios de máxima audiencia han degenerado tanto que han descendido más allá del denominador común más bajo. Los precios que cobran las compañías de cable están por las nubes y los anuncios salen cada 4 minutos y 30 segundos. Yo digo: ¡ “hasta nunca” a la mayoría de estos programas y compañías de cable! Es hora que las compañías de cable dejen de convertir nuestras vidas en una tortura. Dejen que la gente elija lo que quiere ver… ya sea en-línea y/o a través de Netflix. 8. Las “Cosas” que Ustedes Poseen.
La mayoría de las cosas que poseemos o solíamos poseer son todavía parte de nuestras vidas, pero en realidad podríamos no poseerlas en el futuro. Por ahora, estas cosas podrían estar simplemente “residiendo en la nube". En la actualidad, sus computadoras tienen un disco duro y ustedes pueden guardar ahí fotos, música, películas y documentos. Su software está en un CD o en un DVD, y ustedes siempre podrán volver a instalarlo si eso es necesario. Pero todo eso está cambiando. Apple, Microsoft y Google están en el proceso de completar sus últimos "servicios en la nube." Esto significa que cuando se encienda una computadora, la Internet se integrará al sistema operativo. De tal manera que Windows, Google y el sistema operativo MAC estarán ligados directamente a la Internet. Cuando ustedes hagan clic en un icono, se abrirá algo en la nube de la Internet. Cuando ustedes guarden algo, ese algo se guardará en la nube. Y ustedes probablemente tendrán que pagar mensualmente una cuota de suscripción al proveedor de la “nube”. En ese mundo virtual, ustedes podrán acceder a su música, sus libros, o sus cosas favoritas ya sea desde su computadora portátil (laptop) o desde cualquier otro dispositivo portátil. Esa es la buena noticia. Pero, ¿serán ustedes los dueños reales de cualquiera de estas "cosas", o todas estas cosas podrán desaparecer en cualquier momento con un gran "PUUF?" ¿Serán casi todas las cosas en nuestras vidas desechables y arbitrarias? No te dan ganas de correr al armario y sacar ese álbum de fotos, o tomar un libro de la biblioteca, o abrir una caja de CDs y sacar el disco que te gusta? 9. La Privacidad.
Si alguna vez existió un concepto que podemos mirar retroactivamente con nostalgia, ese concepto sería la privacidad. Un concepto que ha desaparecido. Un concepto que de todas maneras desapareció hace mucho tiempo. Hay cámaras en la calle, en la mayoría de los edificios, e incluso incorporadas en sus computadoras y en su teléfonos celulares. Por consiguiente, pueden estar seguros que "Ellos" saben quiénes son ustedes y en dónde se encuentran, saben hasta las coordenadas GPS, y pueden ver totalmente la calle en la que viven a través de Google. Si ustedes compran algo, sus gustos son colocados en un trillón de perfiles, y los anuncios de “ellos” cambian para reflejar esos gustos. Además "ellos" tratarán de convencerles, una y otra vez, para que compren alguna otra cosa.
Lo único que nos quedará sin que “ellos” hagan ningún cambio será nuestros “Recuerdos”… pero ¡ojalá que el Alzheimer no nos despoje también de ellos!

martes, 7 de octubre de 2014

UNA CARTA EXTRAORDINARIA...

A finales de los años 80, Lieserl, la hija del célebre genio, donó 1.400 cartas escritas por Einstein a la Universidad Hebrea, con la orden de no hacer público su contenido hasta dos décadas después de su muerte. Esta es una de ellas… a Lieserl Einstein. “Cuando propuse la teoría de la relatividad, muy pocos me entendieron, y lo que te revelaré ahora para que lo transmitas a la humanidad también chocará con la incomprensión y los perjuicios del mundo. Te pido aun así, que la custodies todo el tiempo que sea necesario, años, décadas, hasta que la sociedad haya avanzado lo suficiente para acoger lo que te explico a continuación. Hay una fuerza extremadamente poderosa para la que hasta ahora la ciencia no ha encontrado una explicación formal. Es una fuerza que incluye y gobierna a todas las otras, y que incluso está detrás de cualquier fenómeno que opera en el universo y aún no haya sido identificado por nosotros. Esta fuerza universal es el AMOR. Cuando los científicos buscaban una teoría unificada del universo olvidaron la más invisible y poderosa de las fuerzas. El Amor es Luz, dado que ilumina a quien lo da y lo recibe. El Amor es gravedad, porque hace que unas personas se sientan atraídas por otras. El Amor es potencia, porque multiplica lo mejor que tenemos, y permite que la humanidad no se extinga en su ciego egoísmo. El amor revela y desvela. Por amor se vive y se muere. El Amor es Dios, y Dios es Amor. Esta fuerza lo explica todo y da sentido en mayúsculas a la vida. Ésta es la variable que hemos obviado durante demasiado tiempo, tal vez porque el amor nos da miedo, ya que es la única energía del universo que el ser humano no ha aprendido a manejar a su antojo. Para dar visibilidad al amor, he hecho una simple sustitución en mi ecuación más célebre. Si en lugar de E= mc2 aceptamos que la energía para sanar el mundo puede obtenerse a través del amor multiplicado por la velocidad de la luz al cuadrado, llegaremos a la conclusión de que el amor es la fuerza más poderosa que existe, porque no tiene límites. Tras el fracaso de la humanidad en el uso y control de las otras fuerzas del universo, que se han vuelto contra nosotros, es urgente que nos alimentemos de otra clase de energía. Si queremos que nuestra especie sobreviva, si nos proponemos encontrar un sentido a la vida, si queremos salvar el mundo y cada ser sintiese que en él habita, el amor es la única y la última respuesta. Quizás aún no estemos preparados para fabricar una bomba de amor, un artefacto lo bastante potente para destruir todo el odio, el egoísmo y la avaricia que asolan el planeta. Sin embargo, cada individuo lleva en su interior un pequeño pero poderoso generador de amor cuya energía espera ser liberada. Cuando aprendamos a dar y recibir esta energía universal, querida Lieserl, comprobaremos que el amor todo lo vence, todo lo trasciende y todo lo puede, porque el amor es la quinta esencia de la vida. Lamento profundamente no haberte sabido expresar lo que alberga mi corazón, que ha latido silenciosamente por ti toda mi vida. Tal vez sea demasiado tarde para pedir perdón, pero como el tiempo es relativo, necesito decirte que te quiero y que gracias a ti he llegado a la última respuesta!”. Tu padre: Albert Einstein”.

martes, 26 de agosto de 2014

Crea más allá de tu Imaginación

Utiliza como pie forzado o idea inicial esta NOTICIA y crea una historia:
El misterio de la silueta de un humanoide que aparentemente estaba caminando sobre la Luna, ha sido resuelto. Investigadores de la Universidad de Arizona, en Estados Unidos, analizaron las imágenes captadas por el servicio de mapas Google Moon y llegó a la conclusión de que se trata una mancha de mugre en el lente que la escaneó. "Un análisis posterior al reprocesado de las imágenes reveló que quedaron partículas de suciedad en el sistema de escaneado y pueden apreciarse en las fotografías digitalizadas", informó la institución, donde se almacenan las imágenes. El hecho de que la gota de mugre nos pareciera un humanoide caminando se debe al efecto de pareidolia, que es un fenómeno psicológico que consiste en percibir un estímulo vago y aleatorio (habitualmente una imagen) como una forma reconocible. El humanoide sobre la Luna se volvió viral en YouTube hace unos días, y para muchos usuarios esta explicación no es suficiente para resolver este misterio. Mira el vídeo, ¿tu qué opinas?
Asunto: Has recibido un vídeo de YouTube http://www.youtube.com/watch?v=FpAAQTr3nDc&sns=em

viernes, 18 de abril de 2014

LA VIDA EN APPS: APLICACIONES

¿Cómo es la rutina diaria hoy en día? ¿Qué instrumentos usamos ahora que no usábamos antes (por ejemplo despertadores, libros, etc)? ¿Nuestra vida depende demasiado de la tecnología y las aplicaciones móviles? ¿Cómo es tu rutina diaria con aplicaciones? Mira la infografía de abajo y cuéntanos cómo es tu día con las apps.

jueves, 17 de abril de 2014

Dos grandes cuentos: Un Escritor

Muere Gabriel García Márquez

Autor de innumerables obras literarias y ganador del Nóbel. Lee mis dos cuentos favoritos.



Gabriel García Márquez(Aracata, Colombia 1928—)


Un señor muy viejo con unas alas enormes


 Al tercer día de lluvia habían matado tantos cangrejos dentro de la casa, que Pelayo tuvo que atravesar su patio anegado para tirarlos al mar, pues el niño recién nacido había pasado la noche con calenturas y se pensaba que era causa de la pestilencia. El mundo estaba triste desde el martes. El cielo y el mar eran una misma cosa de ceniza, y las arenas de la playa, que en marzo fulguraban como polvo de lumbre, se habían convertido en un caldo de lodo y mariscos podridos. La luz era tan mansa al mediodía, que cuando Pelayo regresaba a la casa después de haber tirado los cangrejos, le costó trabajo ver qué era lo que se movía y se quejaba en el fondo del patio. Tuvo que acercarse mucho para descubrir que era un hombre viejo, que estaba tumbado boca abajo en el lodazal, y a pesar de sus grandes esfuerzos no podía levantarse, porque se lo impedían sus enormes alas.
Asustado por aquella pesadilla, Pelayo corrió en busca de Elisenda, su mujer, que estaba poniéndole compresas al niño enfermo, y la llevó hasta el fondo del patio. Ambos observaron el cuerpo caído con un callado estupor. Estaba vestido como un trapero. Le quedaban apenas unas hilachas descoloridas en el cráneo pelado y muy pocos dientes en la boca, y su lastimosa condición de bisabuelo ensopado lo había desprovisto de toda grandeza. Sus alas de gallinazo grande, sucias y medio desplumadas, estaban encalladas para siempre en el lodazal. Tanto lo observaron, y con tanta atención, que Pelayo y Elisenda se sobrepusieron muy pronto del asombro y acabaron por encontrarlo familiar. Entonces se atrevieron a hablarle, y él les contestó en un dialecto incomprensible pero con una buena voz de navegante. Fue así como pasaron por alto el inconveniente de las alas, y concluyeron con muy buen juicio que era un náufrago solitario de alguna nave extranjera abatida por el temporal. Sin embargo, llamaron para que lo viera a una vecina que sabía todas las cosas de la vida y la muerte, y a ella le bastó con una mirada para sacarlos del error.
 — Es un ángel –les dijo—. Seguro que venía por el niño, pero el pobre está tan viejo que lo ha tumbado la lluvia.
   



Al día siguiente todo el mundo sabía que en casa de Pelayo tenían cautivo un ángel de carne y hueso. Contra el criterio de la vecina sabia, para quien los ángeles de estos tiempos eran sobrevivientes fugitivos de una conspiración celestial, no habían tenido corazón para matarlo a palos. Pelayo estuvo vigilándolo toda la tarde desde la cocina, armado con un garrote de alguacil, y antes de acostarse lo sacó a rastras del lodazal y lo encerró con las gallinas en el gallinero alumbrado. A media noche, cuando terminó la lluvia, Pelayo y Elisenda seguían matando cangrejos. Poco después el niño despertó sin fiebre y con deseos de comer. Entonces se sintieron magnánimos y decidieron poner al ángel en una balsa con agua dulce y provisiones para tres días, y abandonarlo a su suerte en altamar. Pero cuando salieron al patio con las primeras luces, encontraron a todo el vecindario frente al gallinero, retozando con el ángel sin la menor devoción y echándole cosas de comer por los huecos de las alambradas, como si no fuera una criatura sobrenatural sino un animal de circo.
El padre Gonzaga llegó antes de las siete alarmado por la desproporción de la noticia. A esa hora ya habían acudido curiosos menos frívolos que los del amanecer, y habían hecho toda clase de conjeturas sobre el porvenir del cautivo. Los más simples pensaban que sería nombrado alcalde del mundo. Otros, de espíritu más áspero, suponían que sería ascendido a general de cinco estrellas para que ganara todas las guerras. Algunos visionarios esperaban que fuera conservado como semental para implantar en la tierra una estirpe de hombres alados y sabios que se hicieran cargo del Universo. Pero el padre Gonzaga, antes de ser cura, había sido leñador macizo. Asomado a las alambradas repasó un instante su catecismo, y todavía pidió que le abrieran la puerta para examinar de cerca de aquel varón de lástima que más parecía una enorme gallina decrépita entre las gallinas absortas. Estaba echado en un rincón, secándose al sol las alas extendidas, entre las cáscaras de fruta y las sobras de desayunos que le habían tirado los madrugadores. 





Ajeno a las impertinencias del mundo, apenas si levantó sus ojos de anticuario y murmuró algo en su dialecto cuando el padre Gonzaga entró en el gallinero y le dio los buenos días en latín. El párroco tuvo la primera sospecha de impostura al comprobar que no entendía la lengua de Dios ni sabía saludar a sus ministros. Luego observó que visto de cerca resultaba demasiado humano: tenía un insoportable olor de intemperie, el revés de las alas sembrado de algas parasitarias y las plumas mayores maltratadas por vientos terrestres, y nada de su naturaleza miserable estaba de acuerdo con la egregia dignidad de los ángeles. Entonces abandonó el gallinero, y con un breve sermón previno a los curiosos contra los riesgos de la ingenuidad. Les recordó que el demonio tenía la mala costumbre de recurrir a artificios de carnaval para confundir a los incautos. Argumentó que si las alas no eran el elemento esencial para determinar las diferencias entre un gavilán y un aeroplano, mucho menos podían serlo para reconocer a los ángeles. Sin embargo, prometió escribir una carta a su obispo, para que éste escribiera otra al Sumo Pontífice, de modo que el veredicto final viniera de los tribunales más altos. Su prudencia cayó en corazones estériles. La noticia del ángel cautivo se divulgó con tanta rapidez, que al cabo de pocas horas había en el patio un alboroto de mercado, y tuvieron que llevar la tropa con bayonetas para espantar el tumulto que ya estaba a punto de tumbar la casa. Elisenda, con el espinazo torcido de tanto barrer basura de feria, tuvo entonces la buena idea de tapiar el patio y cobrar cinco centavos por la entrada para ver al ángel.
Vinieron curiosos hasta de la Martinica. Vino una feria ambulante con un acróbata volador, que pasó zumbando varias veces por encima de la muchedumbre, pero nadie le hizo caso porque sus alas no eran de ángel sino de murciélago sideral. Vinieron en busca de salud los enfermos más desdichados del Caribe: una pobre mujer que desde niña estaba contando los latidos de su corazón y ya no le alcanzaban los números, un jamaicano que no podía dormir porque lo atormentaba el ruido de las estrellas, un sonámbulo que se levantaba de noche a deshacer dormido las cosas que había hecho despierto, y muchos otros de menor gravedad. En medio de aquel desorden de naufragio que hacía temblar la tierra, Pelayo y Elisenda estaban felices de cansancio, porque en menos de una semana atiborraron de plata los dormitorios, y todavía la fila de peregrinos que esperaban su turno para entrar llegaba hasta el otro lado del horizonte.
El ángel era el único que no participaba de su propio acontecimiento. El tiempo se le iba buscando acomodo en su nido prestado, aturdido por el calor de infierno de las lámparas de aceite y las velas de sacrificio que le arrimaban a las alambradas. 






Al principio trataron de que comiera cristales de alcanfor, que, de acuerdo con la sabiduría de la vecina sabia, era el alimento específico de los ángeles. Pero él los despreciaba, como despreció sin probarlos los almuerzos papales que le llevaban los penitentes, y nunca se supo si fue por ángel o por viejo que terminó comiendo nada más que papillas de berenjena. Su única virtud sobrenatural parecía ser la paciencia. Sobre todo en los primeros tiempos, cuando le picoteaban las gallinas en busca de los parásitos estelares que proliferaban en sus alas, y los baldados le arrancaban plumas para tocarse con ellas sus defectos, y hasta los más piadosos le tiraban piedras tratando de que se levantara para verlo de cuerpo entero. La única vez que consiguieron alterarlo fue cuando le abrasaron el costado con un hierro de marcar novillos, porque llevaba tantas horas de estar inmóvil que lo creyeron muerto. Despertó sobresaltado, despotricando en lengua hermética y con los ojos en lágrimas, y dio un par de aletazos que provocaron un remolino de estiércol de gallinero y polvo lunar, y un ventarrón de pánico que no parecía de este mundo. Aunque muchos creyeron que su reacción no había sido de rabia sino de dolor, desde entonces se cuidaron de no molestarlo, porque la mayoría entendió que su pasividad no era la de un héroe en uso de buen retiro sino la de un cataclismo en reposo.
 El padre Gonzaga se enfrentó a la frivolidad de la muchedumbre con fórmulas de inspiración doméstica, mientras le llegaba un juicio terminante sobre la naturaleza del cautivo. Pero el correo de Roma había perdido la noción de la urgencia. El tiempo se les iba en averiguar si el convicto tenía ombligo, si su dialecto tenía algo que ver con el arameo, si podía caber muchas veces en la punta de un alfiler, o si no sería simplemente un noruego con alas. Aquellas cartas de parsimonia habrían ido y venido hasta el fin de los siglos, si un acontecimiento providencial no hubiera puesto término a las tribulaciones del párroco. Sucedió que por esos días, entre muchas otras atracciones de las ferias errantes del Caribe, llevaron al pueblo el espectáculo triste de la mujer que se había convertido en araña por desobedecer a sus padres. La entrada para verla no sólo costaba menos que la entrada para ver al ángel, sino que permitían hacerle toda clase de preguntas sobre su absurda condición, y examinarla al derecho y al revés, de modo que nadie pusiera en duda la verdad del horror. Era una tarántula espantosa del tamaño de un carnero y con la cabeza de una doncella triste. Pero lo más desgarrador no era su figura de disparate, sino la sincera aflicción con que contaba los pormenores de su desgracia: siendo casi una niña se había escapado de la casa de sus padres para ir a un baile, y cuando regresaba por el bosque después de haber bailado toda la noche sin permiso, un trueno pavoroso abrió el cielo en dos mitades, y por aquella grieta salió el relámpago de azufre que la convirtió en araña. Su único alimento eran las bolitas de carne molida que las almas caritativas quisieran echarle en la boca. Semejante espectáculo, cargado de tanta verdad humana y de tan temible escarmiento, tenía que derrotar sin proponérselo al de un ángel despectivo que apenas si se dignaba mirar a los mortales. Además los escasos milagros que se le atribuían al ángel revelaban un cierto desorden mental, como el del ciego que no recobró la visión pero le salieron tres dientes nuevos, y el del paralítico que no pudo andar pero estuvo a punto de ganarse la lotería, y el del leproso a quien le nacieron girasoles en las heridas. Aquellos milagros de consolación que más bien parecían entretenimientos de burla, habían quebrantado ya la reputación del ángel cuando la mujer convertida en araña terminó de aniquilarla. Fue así como el padre Gonzaga se curó para siempre del insomnio, y el patio de Pelayo volvió a quedar tan solitario como en los tiempos en que llovió tres días y los cangrejos caminaban por los dormitorios.
 Los dueños de la casa no tuvieron nada que lamentar. Con el dinero recaudado construyeron una mansión de dos plantas, con balcones y jardines, y con sardineles muy altos para que no se metieran los cangrejos del invierno, y con barras de hierro en las ventanas para que no se metieran los ángeles. Pelayo estableció además un criadero de conejos muy cerca del pueblo y renunció para siempre a su mal empleo de alguacil, y Elisenda se compró unas zapatillas satinadas de tacones altos y muchos vestidos de seda tornasol, de los que usaban las señoras más codiciadas en los domingos de aquellos tiempos. El gallinero fue lo único que no mereció atención. Si alguna vez lo lavaron con creolina y quemaron las lágrimas de mirra en su interior, no fue por hacerle honor al ángel, sino por conjurar la pestilencia de muladar que ya andaba como un fantasma por todas partes y estaba volviendo vieja la casa nueva. Al principio, cuando el niño aprendió a caminar, se cuidaron de que no estuviera cerca del gallinero. Pero luego se fueron olvidando del temor y acostumbrándose a la peste, y antes de que el niño mudara los dientes se había metido a jugar dentro del gallinero, cuyas alambradas podridas se caían a pedazos. El ángel no fue menos displicente con él que con el resto de los mortales, pero soportaba las infamias más ingeniosas con una mansedumbre de perro sin ilusiones. Ambos contrajeron la varicela al mismo tiempo. El médico que atendió al niño no resistió la tentación de auscultar al ángel, y encontró tantos soplos en el corazón y tantos ruidos en los riñones, que no le pareció posible que estuviera vivo. Lo que más le asombró, sin embargo, fue la lógica de sus alas. Resultaban tan naturales en aquel organismo completamente humano, que no podía entender por qué no las tenían también los otros hombres.
Cuando el niño fue a la escuela, hacía mucho tiempo que el sol y la lluvia habían desbaratado el gallinero. El ángel andaba arrastrándose por acá y por allá como un moribundo sin dueño. Lo sacaban a escobazos de un dormitorio y un momento después lo encontraban en la cocina. Parecía estar en tantos lugares al mismo tiempo, que llegaron a pensar que se desdoblaba, que se repetía a sí mismo por toda la casa, y la exasperada Elisenda gritaba fuera de quicio que era una desgracia vivir en aquel infierno lleno de ángeles. Apenas si podía comer, sus ojos de anticuario se le habían vuelto tan turbios que andaba tropezando con los horcones, y ya no le quedaban sino las cánulas peladas de las últimas plumas. Pelayo le echó encima una manta y le hizo la caridad de dejarlo dormir en el cobertizo, y sólo entonces advirtieron que pasaba la noche con calenturas delirantes en trabalenguas de noruego viejo. Fue esa una de las pocas veces en que se alarmaron, porque pensaban que se iba a morir, y ni siquiera la vecina sabia había podido decirles qué se hacía con los ángeles muertos.
Sin embargo, no sólo sobrevivió a su peor invierno, sino que pareció mejor con los primeros soles. Se quedó inmóvil muchos días en el rincón más apartado del patio, donde nadie lo viera, y a principios de diciembre empezaron a nacerle en las alas unas plumas grandes y duras, plumas de pajarraco viejo, que más bien parecían un nuevo percance de la decrepitud. Pero él debía conocer la razón de estos cambios, porque se cuidaba muy bien de que nadie los notara, y de que nadie oyera las canciones de navegantes que a veces cantaba bajo las estrellas. Una mañana, Elisenda estaba cortando rebanadas de cebolla para el almuerzo, cuando un viento que parecía de alta mar se metió en la cocina. Entonces se asomó por la ventana, y sorprendió al ángel en las primeras tentativas del vuelo. Eran tan torpes, que abrió con las uñas un surco de arado en las hortalizas y estuvo a punto de desbaratar el cobertizo con aquellos aletazos indignos que resbalaban en la luz y no encontraban asidero en el aire. Pero logró ganar altura. Elisenda exhaló un suspiro de descanso, por ella y por él, cuando lo vio pasar por encima de las últimas casas, sustentándose de cualquier modo con un azaroso aleteo de buitre senil. Siguió viéndolo hasta cuando acabó de cortar la cebolla, y siguió viéndolo hasta cuando ya no era posible que lo pudiera ver, porque entonces ya no era un estorbo en su vida, sino un punto imaginario en el horizonte del mar.






 Gabriel García Márquez(Aracata, Colombia 1928—)


El ahogado mas hermoso del mundo





Los primeros niños que vieron el promontorio oscuro y sigiloso que se acercaba por el mar, se hicieron la ilusión de que era un barco enemigo. Después vieron que no llevaba banderas ni arboladura, y pensaron que fuera una ballena. Pero cuando quedó varado en la playa le quitaron los matorrales de sargazos, los filamentos de medusas y los restos de cardúmenes y naufragios que llevaba encima, y sólo entonces descubrieron que era un ahogado.
Habían jugado con él toda la tarde, enterrándolo y desenterrándolo en la arena, cuando alguien los vio por casualidad y dio la voz de alarma en el pueblo. Los hombres que lo cargaron hasta la casa más próxima notaron que pesaba más que todos los muertos conocidos, casi tanto como un caballo, y se dijeron que tal vez había estado demasiado tiempo a la deriva y el agua se le había metido dentro de los huesos. Cuando lo tendieron en el suelo vieron que había sido mucho más grande que todos los hombres, pues apenas si cabía en la casa, pero pensaron que tal vez la facultad de seguir creciendo después de la muerte estaba en la naturaleza de ciertos ahogados. Tenía el olor del mar, y sólo la forma permitía suponer que era el cadáver de un ser humano, porque su piel estaba revestida de una coraza de rémora y de lodo.
 No tuvieron que limpiarle la cara para saber que era un muerto ajeno. 




El pueblo tenía apenas unas veinte casas de tablas, con patios de piedras sin flores, desperdigadas en el extremo de un cabo desértico. La tierra era tan escasa, que las madres andaban siempre con el temor de que el viento se llevara a los niños, y a los muertos que les iban causando los años tenían que tirarlos en los acantilados. Pero el mar era manso y pródigo, y todos los hombres cabían en siete botes. Así que cuando se encontraron el ahogado les bastó con mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que estaban completos.
 Aquella noche no salieron a trabajar en el mar. Mientras los hombres averiguaban si no faltaba alguien en los pueblos vecinos, las mujeres se quedaron cuidando al ahogado. Le quitaron el lodo con tapones de esparto, le desenredaron del cabello los abrojos submarinos y le rasparon la rémora con fierros de desescamar pescados. A medida que lo hacían, notaron que su vegetación era de océanos remotos y de aguas profundas, y que sus ropas estaban en piitrafas, como si hubiera navegado por entre laberintos de corales. Notaron también que sobrellevaba la muerte con altivez, pues no tenía el semblante solitario de los otros ahogados del mar, ni tampoco la catadura sórdida y menesteroso de los ahogados fluviales. Pero solamente cuando acabaron de limpiarlo tuvieron conciencia de la clase de hombre que era, y entonces se quedaron sin aliento. No sólo era el más alto, el más fuerte, el más viril y el mejor armado que habían visto jamás, sino que todavía cuando lo estaban viendo no les cabía en la imaginación.
No encontraron en el pueblo una cama bastante grande para tenderio ni una mesa bastante sólida para velarlo. No le vinieron los pantalones de fiesta de los hombres más altos, ni las camisas dominicales de los más corpulentos, ni los zapatos del mejor plantado. Fascinadas por su desproporción y su hermosura, las mujeres decidieron entonces hacerle unos pantalones con un pedazo de vela cangreja, y una camisa de bramante de novia, para que pudiera continuar su muerte con dignidad. Mientras cosían sentadas en círculo, contemplando el cadáver entre puntada y puntada, les parecía que el viento no había sido nunca tan tenaz ni el Caribe había estado nunca tan ansioso como aquella noche, y suponían que esos cambios tenían algo que ver con el muerto. Pensaban que si aquel hombre magnífico hubiera vivido en el pueblo, su casa habría tenido las puertas más anchas, el techo más alto y el piso más firme, y el bastidor de su cama habría sido de cuadernas maestras con pernos de hierro, y su mujer habría sido la más feliz. Pensaban que habría tenido tanta autoridad que hubiera sacado los peces del mar con sólo llamarlos por sus nombres, y habría puesto tanto empeño en el trabajo que hubiera hecho brotar manantiales de entre las piedras más áridas y hubiera podido sembrar flores en los acantilados. Lo compararon en secreto con sus propios hombres, pensando que no serían capaces de hacer en toda una vida lo que aquél era capaz de hacer en una noche, y terminaron por repudiarlos en el fondo de sus corazones como los seres más escuálidos y mezquinos de la tierra. 




Andaban extraviadas por esos dédalos de fantasía, cuando la más vieja de las mujeres, que por ser la más vieja había contemplado al ahogado con menos pasión que compasión, suspiró:
 —Tiene cara de llamarse Esteban. Era verdad. A la mayoría le bastó con mirarlo otra vez para comprender que no podía tener otro nombre. Las más porfiadas, que eran las más jovenes, se mantuvieron con la ilusión de que al ponerle la ropa, tendido entre flores y con unos zapatos de charol, pudiera llamarse Lautaro. Pero fue una ilusión vana. El lienzo resultó escaso, los pantalones mal cortados y peor cosidos le quedaron estrechos, y las fuerzas ocultas de su corazón hacían saltar los botones de la camisa. Después de la media noche se adelgazaron los silbidos del viento y el mar cayó en el sopor del miércoles. El silencio acabó con las últimas dudas: era Esteban. Las mujeres que lo habían vestido, las que lo habían peinado, las que le habían cortado las uñas y raspado la barba no pudieron reprimir un estremecimiento de compasión cuando tuvieron que resignarse a dejarlo tirado por los suelos. Fue entonces cuando comprendieron cuánto debió haber sido de infeliz con aquel cuerpo descomunal, si hasta después de muerto le estorbaba. Lo vieron condenado en vida a pasar de medio lado por las puertas, a descalabrarse con los travesaños, a permanecer de pie en las visitas sin saber qué hacer con sus tiernas y rosadas manos de buey de mar, mientras la dueña de casa buscaba la silla más resistente y le suplicaba muerta de miedo siéntese aquí Esteban, hágame el favor, y él recostado contra las paredes, sonriendo, no se preocupe señora, así estoy bien, con los talones en carne viva y las espaldas escaldadas de tanto repetir lo mismo en todas las visitas, no se preocupe señora, así estoy bien, sólo para no pasar vergüenza de desbaratar la silla, y acaso sin haber sabido nunca que quienes le decían no te vayas Esteban, espérate siquiera hasta que hierva el café, eran los mismos que después susurraban ya se fue el bobo grande, qué bueno, ya se fue el tonto hermoso. Esto pensaban las mujeres frente al cadáver un poco antes del amanecer. Más tarde, cuando le taparon la cara con un pañuelo para que no le molestara la luz, lo vieron tan muerto para siempre, tan indefenso, tan parecido a sus hombres, que se les abrieron las primeras grietas de lágrimas en el corazón. Fue una de las más jóvenes la que empezó a sollozar. Las otras, asentándose entre sí, pasaron de los suspiros a los lamentos, y mientras más sollozaban más deseos sentían de llorar, porque el ahogado se les iba volviendo cada vez más Esteban, hasta que lo lloraron tanto que fue el hombre más desvalido de la tierra, el más manso y el más servicial, el pobre Esteban. Así que cuando los hombres volvieron con la noticia de que el ahogado no era tampoco de los pueblos vecinos, ellas sintieron un vacío de júbilo entre las lágrimas. —¡Bendito sea Dios —suspiraron—: es nuestro!
 Los hombres creyeron que aquellos aspavientos no eran más que frivolidades de mujer. Cansados de las tortuosas averiguaciones de la noche, lo único que querían era quitarse de una vez el estorbo del intruso antes de que prendiera el sol bravo de aquel día árido y sin viento. Improvisaron unas angarillas con restos de trinquetes y botavaras, y las amarraron con carlingas de altura, para que resistieran el peso del cuerpo hasta los acantilados. Quisieron encadenarle a los tobillos un ancla de buque mercante para que fondeara sin tropiezos en los mares más profundos donde los peces son ciegos y los buzos se mueren de nostalgia, de manera que las malas corrientes no fueran a devolverlo a la orilla, como había sucedido con otros cuerpos. Pero mientras más se apresuraban, más cosas se les ocurrían a las mujeres para perder el tiempo. Andaban como gallinas asustadas picoteando amuletos de mar en los arcones, unas estorbando aquí porque querían ponerle al ahogado los escapularios del buen viento, otras estorbando allá para abrocharse una pulsera de orientación, y al cabo de tanto quítate de ahí mujer, ponte donde no estorbes, mira que casi me haces caer sobre el difunto, a los hombres se les subieron al hígado las suspicacias y empezaron a rezongar que con qué objeto tanta ferretería de altar mayor para un forastero, si por muchos estoperoles y calderetas que llevara encima se lo iban a masticar los tiburones, pero ellas seguían tripotando sus reliquias de pacotilla, llevando y trayendo, tropezando, mientras se les iba en suspiros lo que no se les iba en lágrimas, así que los hombres terminaron por despotricar que de cuándo acá semejante alboroto por un muerto al garete, un ahogado de nadie, un fiambre de mierda. Una de las mujeres, mortificada por tanta insolencia, le quitó entonces al cadáver el pañuelo de la cara, y también los hombres se quedaron sin aliento. 
Era Esteban. 




No hubo que repetirlo para que lo reconocieran. Si les hubieran dicho Sir Walter Raleigh, quizás, hasta ellos se habrían impresionado con su acento de gringo, con su guacamayo en el hombro, con su arcabuz de matar caníbales, pero Esteban solamente podía ser uno en el mundo, y allí estaba tirado como un sábalo, sin botines, con unos pantalones de sietemesino y esas uñas rocallosas que sólo podían cortarse a cuchillo. Bastó con que le quitaran el pañuelo de la cara para darse cuenta de que estaba avergonzado, de que no tenía la culpa de ser tan grande, ni tan pesado ni tan hermoso, y si hubiera sabido que aquello iba a suceder habría buscado un lugar más discreto para ahogarse, en serio, me hubiera amarrado yo mismo un áncora de galón en el cuello y hubiera trastabillado como quien no quiere la cosa en los acantilados, para no andar ahora estorbando con este muerto de miércoles, como ustedes dicen, para no molestar a nadie con esta porquería de fiambre que no tiene nada que ver conmigo. Había tanta verdad en su modo de estar, que hasta los hombres más suspicaces, los que sentían amargas las minuciosas noches del mar temiendo que sus mujeres se cansaran de soñar con ellos para soñar con los ahogados, hasta ésos, y otros más duros, se estremecieron en los tuétanos con la sinceridad de Esteban.
Fue así como le hicieron los funerales más espléndidos que podían concebirse para un ahogado expósito. Algunas mujeres que habían ido a buscar flores en los pueblos vecinos regresaron con otras que no creían lo que les contaban, y éstas se fueron por más flores cuando vieron al muerto, y llevaron más y más, hasta que hubo tantas flores y tanta gente que apenas si se podía caminar. A última hora les dolió devolverlo huérfano a las aguas, y le eligieron un padre y una madre entre los mejores, y otros se le hicieron hermanos, tíos y primos, así que a través de él todos los habitantes del pueblo terminaron por ser parientes entre sí. Algunos marineros que oyeron el llanto a distancia perdieron la certeza del rumbo, y se supo de uno que se hizo amarrar al palo mayor, recordando antiguas fábulas de sirenas. Mientras se disputaban el privilegio de llevarlo en hombros por la pendiente escarpada de los acantilados, hombres y mujeres tuvieron conciencia por primera vez de la desolación de sus calles, la aridez de sus patios, la estrechez de sus sueños, frente al esplendor y la hermosura de su ahogado. Lo soltaron sin ancla, para que volviera si quería, y cuando lo quisiera, y todos retuvieron el aliento durante la fracción de siglos que demoró la caída del cuerpo hasta el abismo. No tuvieron necesidad de mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que ya no estaban completos, ni volverían a estarlo jamás. Pero también sabían que todo sería diferente desde entonces, que sus casas iban a tener las puertas más anchas, los techos más altos, los pisos más firmes, para que el recuerdo de Esteban pudiera andar por todas partes sin tropezar con los travesaños, y que nadie se atreviera a susurrar en el futuro ya murió el bobo grande, qué lástima, ya murió el tonto hermoso, porque ellos iban a pintar las fachadas de colores alegres para eternizar la memoria de Esteban, y se iban a romper el espinazo excavando manantiales en las piedras y sembrando flores en los acantilados, para que los amaneceres de los años venturos los pasajeros de los grandes barcos despertaran sofocados por un olor de jardines en altamar, y el capitán tuviera que bajar de su alcázar con su uniforme de gala, con su astrolabio, su estrella polar y su ristra de medallas de guerra, y señalando el promontorio de rosas en el horizonte del Caribe dijera en catorce idiomas: miren allá, donde el viento es ahora tan manso que se queda a dormir debajo de las camas, allá, donde el sol brilla tanto que no saben hacia dónde girar los girasoles, sí, allá, es el pueblo de Esteban.











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EL FUTURO YA ESTÁ A NUESTRO ALCANCE


El futuro ya está aquí. Lee alguna de las obras del escritor Isaac Assimov: El Hombre Bicentenario, I- Robot u otras y reflexiona sobre el futuro, sus posibilidaes e implicaciones ético - sociales.

Hermosa imagen sobre el futuro

NUESTRO PASADO:

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PUBLICIDAD SIN FUNDAMENTO


Durante mucho tiempo hemos visto como se utiliza la imagen del hombre de las cavernas o de la prehistoria como medio publicitario. La intención es desvirtuar la capacidad de éste y colocarlo al nivel del animal común quitándole su humanidad como bípedo racional. Si las grandes agencias publicitarias se dedicaran a leer un poco más y a investigar con seriedad la historia, seguramente hubiesen leído este artículo del ya fenecido Isaac Asimov quien refuta la base de dicha publicidad. Evidencia de ambos puntos lo comprueba la más reciente campaña publicitaria de una aseguradora norteamericana y el artículo al que hacemos referencia.

Inteligencia humana en el hombre de las cavernas:

Inteligencia humana en el hombre de las cavernas:

INTELIGENCIA CREATIVA

BUEN EJEMPLO DE INTELIGENCIA CREATIVA

MÚSICA REFLEXIVA Y ARGUMENTATIVA


Este videoclip siempre me impacta y lo relaciono con el tema controvertible del bien mal compartido. María Elena Walsh en su ensayo:"Corrupción de menores" confiesa lo que ella concibe como maltrato. La pobreza, el hambre, el prejuicio, la guerra, la muerte ;son aspectos de la vida que nos llevan a pensar y a reflexionar para buscar posibles soluciones a eternos conflictos.Selecciona una de tus canciones favoritas y trabaja con los siguientes aspectos: 1. Analiza el tema o mensaje y redacta un resumen sobre el mismo. 2. Relata la historia que cuenta el intérprete o cantante de esta pieza musical. 3. Evalúa cuál consideras es la validez de las ideas presentadas en la canción. 4. Redacta una carta al compositor o al cantante del tema musical en el que argumentes sobre sus fortalezas y debilidades de la canción. 5. Escribe tu lista de canciones favoritas y explica el porqué de la selección de cada una. 6. Redacta una reseña biográfica de tu cantante o compositor favorito. 7. Diseña una campaña o guión para brindar publicidad o alcance a tu cantante favorito. Usa tu creatividad. 8. Relaciona la canción con un texto literario.

Encuentro: Estás aquí para ser feliz


Observa el anuncio de Coca Cola y redacta el valor del mensaje que contiene el mismo.Piensa en un ser querido o en alguien especial para ti. Recopila varias de sus fotos y crea una presentación electrónica en la que señales la importancia de esta persona en tu vida.

¿Qué es para ti la FELICIDAD?

Luego de ver el anuncio analiza la letra y las imágenes e intenta definir lo que consideras es para ti la felicidad.

Piensa en estas historias y el poder de la IMAGINACIÓN...

La imaginación no tiene límites. Crea tu propio mundo virtual: Indica su fundamento, personajes e historia. PAPIROFLEXIA
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